Una vez terminado el servicio de la cena, Aja Asmaja, uno de los camareros del Hotel Condominium Carita Beach, decidió salir a fumarse un cigarro en uno de los porches del complejo, un edificio de cinco pisos con envidiables vistas al estrecho de Sonda. La noche era clara y la luna iluminaba el mar. Una pequeña ola alcanzó la escalera en la que estaba sentado y mojó su sandalia, lo que le hizo desviar su vista del teléfono móvil al horizonte. "Entonces vi en la lejanía que se acercaba al hotel una ola mucho más grande de lo que nunca había visto. Empecé a gritar como un loco: ¡Tsunami, tsunami!, y todos los clientes y empleados del hotel subimos a la última planta”. Cinco minutos después, esa ola impactó contra el edificio, uno de los más grandes de playa Carita (Indonesia), y dejó hecha trizas toda la planta baja.#
Los equipos de rescate han peinado solamente una vez este hotel porque nadie murió allí, en gran parte gracias al aviso de Asmaja, de 34 años. Pero él mismo reconoce que su suerte fue solamente eso: suerte. Y es que nadie en esta costa occidental de la isla indonesia de Java tenía idea de que a unos 50 kilómetros de distancia la actividad volcánica del Anak Krakatoa iba a desencadenar un tsunami que ha provocado la muerte, de momento, de 429 personas. Otras 1.400 han resultado heridas y 154 más continúan en paradero desconocido.
En el hospital de Pandeglang se agolpan decenas de vecinos que no tuvieron la misma suerte que los clientes del Condominium Carita Beach, pero que al menos están vivos. Anhar Muhyani, profesor de 47 años, estaba viendo la televisión con su mujer en su casa cuando el agua entró con fuerza y se lo llevó por delante. Tiene varias contusiones; un brazo y dos costillas rotas, porque fue embestido contra una de las paredes de la casa, o eso piensa, porque recuerda muy poco de lo que sucedió. “De repente oí un siseo fortísimo parecido al de las serpientes. Ni siquiera pude reaccionar cuando vino el agua, que me arrastró hasta que no sé cómo me agarré a la rama de un árbol que me sostuvo”, explica. Su mujer falleció y el cuerpo fue hallado al día siguiente en la orilla del mar. Sus dos hijos adolescentes estaban fuera de casa, como suelen hacer los sábados por la noche, y resultaron ilesos.
Las autoridades indonesias han reconocido que el país no cuenta con un sistema de alerta de tsunamis si estos son provocados por la actividad de un volcán. Esta última gran ola, que ha afectado a decenas de kilómetros de costa tanto en Java como en Sumatra, fue consecuencia de una erupción del Anak Krakatoa, que produjo un corrimiento de tierras submarino y desplazó el agua de forma violenta con un oleaje que alcanzó los tres metros de altura en algunas zonas. El volcán sigue expulsando cenizas y genera una densa nube gris, si bien esto no se observa desde la costa de Java occidental.
No hubo forma ni tiempo, por tanto, de evacuar a nadie el pasado sábado. El Gobierno indonesio, además, ha reconocido que su sistema de boyas para medir los cambios bruscos del nivel del agua no está totalmente operativo por la falta de fondos para su mantenimiento, por un lado, y por actos vandálicos, por otro. Este mecanismo se instaló tras el mortífero tsunami de 2004 originado en el Índico que devastó las costas de la isla de Sumatra, especialmente la ciudad de Banda Aceh, y causó solamente en este país más de 120.000 muertos.
Desde aquel episodio, los indonesios tienen más que clara la máxima de que si tiembla la tierra y uno está cerca de la costa, hay que correr en sentido contrario al mar y refugiarse en zonas altas lo antes posible. Pero el hecho de que este último tsunami haya ocurrido sin un seísmo previo —y que las autoridades ni siquiera se planteen formas de detectarlo en caso de que la causa sea la actividad volcánica— ha trastocado a muchos y generado un sentimiento de indefensión.
En un punto de playa Carita se observó durante unos minutos una subida considerable de la marea, lo que desató el pánico entre algunos de los residentes que corrieron despavoridos cuesta arriba con lo puesto pese a que el Ejército y voluntarios llamaban a la calma. “También dijeron el sábado que el tsunami no había ocurrido y que era cosa de la marea”, afirma Erwin, que como otros indonesios solamente se identifica con un nombre. “Pero cientos de personas han muerto y nadie nos dice si estamos totalmente fuera de peligro. ¿Quién me asegura que nos van a avisar a tiempo si sucede otra vez? Nadie”.
Dificultades
Los equipos de búsqueda y rescate, formados por el Ejército, la Agencia Nacional de Desastres y centenares de policías y voluntarios procedentes de varias partes del archipiélago, se encuentran con serias dificultades para llevar a cabo su trabajo. Uno de los mayores obstáculos es la lluvia, que prácticamente no ha parado de caer desde que se produjo el tsunami, y en ocasiones lo hace de forma torrencial. “Ya de por sí es muy difícil llegar a algunas zonas, pero aún más si está todo tan embarrado”, explica Alhamdulillah Kikri, uno de los voluntarios.
Otra dificultad radica en que solamente existe una carretera principal que comunica los pueblos y ciudades costeras afectados, y está en ocasiones colapsada por el trajín de grandes camiones con víveres, otros más pequeños que trasladan a miembros de las fuerzas de seguridad o los equipos de rescate, más las decenas de automóviles y motocicletas de los particulares.
El número de desplazados, según el último recuento oficial, asciende a unas 16.000 personas. Viven en refugios improvisados, alejados de la primera línea de mar, donde duermen al raso y se les facilita comida básica como fideos instantáneos o arroz. En Carita la distribución de ayuda parece ágil, pero en otras áreas más remotas ha habido más problemas para hacer llegar víveres o medicinas.
Fuente: otrosambitos.com.ar