Donald Trump resucita una vieja amenaza. El presidente ha ordenado que se ponga en marcha una investigación sobre las importaciones de coches –incluidos todocaminos y camionetas pickup- con la intención de aplicar un arancel de hasta el 25% si determina que ponen en riesgo la economía estadounidense. El republicano recurre así a una táctica negociadora similar a la que está siguiendo para limitar la entrada de acero y aluminio. # Pero en este caso, el principal perjudicado sería México -país con el que tiene abierta desde hace meses la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC)- y la Unión Europea -un bloque con el que también está negociando en aras de reducir su déficit comercial, una de las obsesiones del magnate-. En ambos casos, la medida supone una espada de Damocles para tratar de acelerar las conversaciones bajo la amenaza de afectar a un sector clave.
Trump ya anticipó esta mañana desde su cuenta en Twitter que “muy pronto” habría noticias sobre la industria de la automoción. Poco después, en declaraciones a la prensa, trazó un vínculo directo con los problemas con los que se está topando la negociación para renovar el TLC, que rige los intercambios entre Estados Unidos, México y Canadá desde 1994, y cuyo detonante ha sido la firme amenaza de la Casa Blanca de cancelarlo. “Verán de lo que hablo”, indicó lacónico, “ha sido muy difícil tratar con ellos pero les diré que al final ganaremos”. A última hora de la tarde confirmó sus intenciones en un comunicado del Departamento de Comercio de la primera potencia mundial.
México exportó el año pasado 2,33 millones de vehículos hacia EE UU, de lejos su mayor mercado: el vecino del norte, del que depende la cuarta parte del PIB mexicano, compra el 75% de los vehículos que salen de sus fábricas de ensamblaje. El sector automotor es uno de los grandes escollos en la ya de por sí complejísima negociación para actualizar el TLC: Washington quiere reducir las importaciones de vehículos terminados procedentes de México, que en las tres últimas décadas se ha convertido en la principal plataforma manufacturera para muchas empresas de origen estadounidense, y obligar a las ensambladoras a aumentar el porcentaje de autopartes procedentes de su propio territorio. A medianoche, hora de la Ciudad de México, el peso se dejaba un 0,25% frente al dólar.
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De cristalizar finalmente la medida en un arancel, más allá del país latinoamericano también afectaría a la Unión Europea y, muy especialmente, a Alemania. El 15% de las ventas de BMW y Mercedes se realizan en EE UU. También el 12% de las de Audi y el 5% de las de Volkswagen. Sería, a todas luces, un revés en la línea de flotación de estas empresas y también de sus competidoras estadounidenses, que fabrican mayoritariamente fuera del país norteamericano.
Las automotrices de asiáticas, como Nissan, Toyota, Hyundai o Kia también sufrirían con estas nuevas trabas de entrada al mercado estadounidense. De ahí que los gobiernos de Japón y Corea del Sur se hayan apresurado a decir que supervisarán la situación. Y que China, que cada vez mira más a EE UU como un mercado potencial para su creciente industria automotriz, haya agregado que defenderá sus intereses. “China se opone al abuso de las cláusulas de seguridad nacional, que puede dañar seriamente los sistemas comerciales multilaterales y alterar el orden del comercio internacional normal”, ha apuntado un portavoz del Ministerio de Comercio en declaraciones a Reuters. “Seguiremos de cerca la situación bajo la investigación de Estados Unidos y evaluaremos plenamente el posible impacto y defenderemos resueltamente nuestros propios intereses legítimos”.
En la nota de prensa hecha pública este jueves, el Departamento de Comercio de EE UU explicó que la investigación se hará basándose en la sección 232 de la Trade Expansion Act, para determinar si estas importaciones representan una amenaza para la seguridad nacional. El secretario (ministro) Wilbur Ross trabajará así en coordinación con el jefe del Pentágono, James Mattis, para llevar adelante una investigación que durará meses. Es un esquema similar al seguido en la puesta en marcha de las restricciones sobre las compras de acero y aluminio en el exterior, una medida que todavía no ha entrado en vigor para los principales socios comerciales estadounidenses, pero que también pende como una amenaza sobre las conversaciones comerciales en marcha.
“Tenemos evidencias que sugieren que, durante décadas, estas importaciones mermaron nuestra industria automovilística”, afirma Ross, que asegura que el examen de las prácticas comerciales se hará de una manera justa y transparente. El objetivo último es determinar hasta qué punto están “debilitando” la economía y suponen, por consiguiente, un riesgo para la seguridad de EE UU.
El Gobierno estadounidense sustenta su sospecha en datos: las importaciones de vehículos de pasajeros pasaron a representar un 32% de las ventas hace dos décadas al 48% hoy. En el mismo periodo, la producción doméstica se redujo un 22% a pesar de que las compras de vehículos están, al calor de la mejoría económica, en zona de máximos históricos. También señala que solo un 7% de los componentes utilizados en la industria son de origen nacional.
Ross explica que su temor es que esta perdida de capacidad de producción afecte a las inversiones en investigación y desarrollo en la industria, que durante décadas fue una de las fuentes más importantes de innovación tecnológica en EE UU. Además, menciona la pérdida de empleo cualificado en un momento en el que la industria se adentra en las nuevas tecnologías de movilidad y de electrificación en todo el mundo. Trump sigue a rajatabla, una vez más, dos de los principios rectores de su política: los lemas que le llevaron al mayor cetro de poder del planeta —"América primero" y "Haz América grande otra vez"— y la idea de añadir más y más presión sobre cualquier mesa de negociación que se precie. La respuesta de sus todavía socios comerciales parece, esta vez sí, a la vuelta de la esquina.
Fuente: otrosambitos.com.ar