Por el tipo de cambio retrasado hay que frenar importaciones

El economista Eduardo Curia explica en Otrosambitos (Pop Radio 96,1) la limitación a la importación de alimentos, el rescate financiero de Grecia, etc.
La tremenda crisis mundial, aparte de sus rudas implicancias generales y de su impacto efectivo sobre el país, tambiín atiza tópicos teóricos importantes. Uno de ellos atañe al dispar comportamiento cambiario detectado en la región. Por ejemplo, Brasil depreció su moneda en un 40% y Chile lo hizo en un 25/30%; mientras, Argentina apenas depreció algo más del 10%, aplicando una específica política represiva en la materia (es verdad que ahora se vislumbraría un nuevo capítulo: ‘devaluación administrada’ o algo así).

Como aquella crisis marca un impacto exógeno muy negativo sobre las economías en el plano real, la devaluación conforma un claro resorte moderador de las consecuencias. El límite que se fijó en el caso argentino no deja de afectar en tírminos de posicionamiento competitivo de nuestra producción y de multiplicador de actividad y de empleo, como así tambiín en lo referido al balance de divisas y al poder de recaudación fiscal (inhibiendo extender la reducción de retenciones).

¿Cómo se justifica nuestra política cambiaria? Una razón que mencionamos al pasar, alude al mayor atraso cambiario real comparado de arrastre de Brasil y Chile frente al caso argentino. Este es un criterio muy aferrado al uso del ‘tipo de cambio real multilateral’ histórico, cuya impropiedad para la experiencia nacional hemos demostrado reiteradamente. En definitiva, hace tiempo que afrontamos un serio curso de apreciación cambiaria real, disonante con la bandera del ‘cambio competitivo’.

Interesa más ahora la razón anexa al efecto inflacionario de la devaluación. En Brasil y Chile, a poco de devaluar fuerte, ya se suscita deflación de precios minoristas. Es cierto que allí cae la demanda, pero en la Argentina tambiín. Y, aun con una devaluación corta, todavía existe inflación positiva, con algunas presiones alcistas específicas.

Los colegas ortodoxos resaltan que los dos vecinos tienen inflation targeting -IT-. En el marco de íste, dicen, y flotación cambiaria mediante, una apreciación cambiaria, incluso, nominal, es aceptable. El enfoque fluctuante, dentro de ese marco, ayuda a domesticar la inflación en general y el pasaje a precios de los giros cambiarios. En la reversa, cuando hay devaluación, los precios reaccionarían menos. O sea: nosotros pagamos hoy la pasada reluctancia en dejar apreciar (nominalmente) al peso.

El Banco Central esgrime un híbrido, ligado a su especial visión de flotación administrada. Destaca que aun en los casos concretos de IT, la flotación, atendiendo al tema de los precios, no es absoluta. Algo que, entonces, le permite al BCRA legitimar tanto su manejo ‘represivo’ reciente, como, hacia atrás, el cuasi peg que aplicó extendidamente y que facilitó la apreciación real.

Bajo la óptica ortodoxa, se habría abortado de cuajo la posibilidad del sobrecrecimiento asociado al modelo competitivo productivo. El criterio del BCRA, por su lado, ha traducido una erosión interna de ese modelo.

En rigor, reconocimos siempre la mayor exposición de aquel modelo en el plano inflacionario, reverso de su mayor poder expansivo. Aun así, celosas políticas de orden fiscal y de ingresos podían ceñir aquella desventaja. Ciertamente, hubo fallos no menores en la implementación de las mismas. Son estos aspectos y el uso creciente del tipo de cambio como ancla de inflación, los factores perturbadores del rol del tipo de cambio como moderador del golpe de la crisis, y no la pauta del cambio competitivo. Incluso, las presiones inflacionarias actuales son más de costos y de inercias no asociadas al tipo de cambio.

Hoy atisba un capítulo de ‘devaluación administrada’, un cierto reconocimiento tácito de los límites de la política aplicada. Claro, tanto más corran los miniajustes cambiarios por urgencias de actividad y de divisas, más exposición inmediata hay en el plano monetario-financiero (que tampoco está encauzado del todo), y si se atiende más este plano, el respeto de aquellas urgencias cedería. El dilema merece un análisis especial.

Fuente: otrosambitos.com.ar